Septiembre de 2032. Las Bodas de Oro de la ACB.

Estarán conmigo en que no ha sido fácil llegar hasta aquí. Todavía hay quien dice que 50 años no son nada; no se lo creen ni ellos. En el baloncesto, dos segundos fueron capaces de contener hace ya un cuarto de siglo una canasta de un ruso de Pittsburg y un fallido rectificado en el aire de un enorme español, barbudo y medio exhausto. ¿Si en tan solo dos segundos este deporte había trucado el color de un vil metal, cambiándonos el oro por plata -y la risa por llanto- en el país del ba-lon-ces-to con 6 millones de audiencia por un día… qué no sería capaz de cambiar antes de celebrar las Bodas de Oro, de proponérselo de veras?
Aquella tenía que ser la última bronca; la bronca de las Bodas de Plata, que por enésima vez sentaba en la mesa cónyuges con distintas religiones, credos y hasta zarandajas. La ACB pretendía estar de fiesta en 2007, pero la competición comenzaba para la prensa no con los análisis de las plantillas, ni en los ambientes pre-partidos, sino con la búsqueda de chicas que con su amor habían transformado de repente a ciudadanos bielorrusos, o americanos de New Orleáns, en baloncestistas españoles de juzgado de guardia.
La cosa definitivamente había ido demasiado lejos. Era preciso romper aquella mesa tan mal avenida, y plantear verdaderas soluciones, sinceras y sin tapujos. Por ejemplo, una de largo aliento y rompedora: que el baloncesto profesional se convirtiera por fin en una verdadera asociación entre iguales, con su dimensión lógica de mercado (y sus lógicos mercados). Es decir: franquicias y owners, sin ventajas presupuestarias de unas sobre otras, ni derechos míticos adquiridos; sino todas iguales, con límites salariales e idéntica posibilidad de captar dinero público o patrocinios. Es decir: el baloncesto profesional como un único producto y varios mercados, y no como el creciente soporte (por favor, ponga su publicidad en mi camiseta y llámeme como quiera) para otros productos. Es decir: los jugadores y entrenadores compitiendo por el título, los managers peleando por ser los ejecutivos del año, y los propietarios asegurando que el negocio fuera creciendo y siendo rentable en beneficio de todos. Y que conste que esto no era un invento, pues había un país que lo había puesto en marcha hace años y le funcionaba.
Otra solución que se propuso, podía resultar más sencilla en el corto plazo: que la ACB cambiara simplemente sus siglas, como algún medio ya venía haciendo por su cuenta y con riesgo para todos, y pasara a denominarse por ejemplo CCB (Competición entre Clubes de Baloncesto). Esta fórmula a priori tenía la ventaja de que cada uno podía seguir haciendo lo que quisiera –o pudiera, o le dejaran-, sin que fuera necesario mantener una estructura asociativa, o casa de todos, nada más que para cumplir con los arbitrajes y poco más.
Aquel lejano septiembre de 2007 definitivamente fue duro. Pero visto desde la distancia, merece la pena que celebremos orgullosos las Bodas de Oro de una Liga Profesional que optó por la solución de largo aliento, con el apoyo activo de la Federación y de la ABP; y que después se fue a Europa a replicarla, y que acabó teniendo varias divisiones según los diferentes mercados; y que con el trabajo y la unión de todos ha conseguido crear un negocio próspero, sincero y sostenible.
Ah, y que no se me olvide felicitar a este diario que hoy, septiembre de 2032, cumple 25 años y cuyo inicio de andadura en el baloncesto fue todo un síntoma de versatilidad: en su primera semana le hizo la mejor entrevista que se había hecho a Pau Gasol hasta aquella fecha (enhorabuena, Noelia), y al mismo tiempo fue descubriendo las poderosas razones de una tal Eva para apellidarse Mcdonald… for the Love of the Game.
(Nota: Asociación Vegetal: “Conjunto de plantas que comprende individuos de varias especies, pero que se caracteriza por una o más especies dominantes que le dan nombre e indican su significado biológico”. Del Diccionario de la RAE).

-diario Público, octubre 2007-

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