CIELO E INFIERNO

Hace tiempo me contaba un jugador, recientemente retirado, como vivió una nueva etapa en uno de esos equipos que siempre andan con el agua al cuello. En una charla de vestuario, tipo terapia de grupo, fueron hablando todos de sus sensaciones. Cuando le llegó el turno, y trató de enviar un mensaje de ánimo y tranquilidad, recibió la seca respuesta de un compañero: “para ti es muy fácil, porque todavía no sabes lo que es estar en el infierno”.
El infierno, el cielo, ascensos y descensos… la profesión colgada de un resultado; el jugador atenazado ante la pérdida de una categoría, ante el cambio de estatus, ante la sensación de fracaso. Ay, la vieja Europa; el drama forzosamente implicado en el ADN deportivo. Algún día, en alguno de esos foros de sabios que se establecen para refundar los proyectos de ligas europeas siempre sobre los edificios medio construidos anteriormente, se podría plantear una simple reflexión, sin ánimo de molestar a nadie: ¿alguno de los aquí presentes estaría contento quedándose aquí para siempre? ¿Sería posible abrir un mercado deportivo aquí y ahora, entre clubes con las mismas necesidades, con los mismos objetivos, con el mismo entorno, con parecido pasado y similar futuro, para crear un espectáculo de pago sin mayores dramas que los derivados de una simple victoria o una simple derrota?
Les ruego me disculpen por ser un europeo que hace tiempo dejó de creer en los méritos deportivos del deporte profesional por encima de criterios empresariales. Este modelo es atractivo para la extraordinaria literatura deportiva que se hace sobre David subiendo de categoría a costa de Goliat, siempre a costa de números rojos, claro. Conocer el infierno siempre resulta muy poético, pero estabilizar entornos deportivos sin deudas tal vez sería mucho más profesional.

Diario Público, 10 mayo 09.

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