LOS JUGADORES HABLAN

Cada deporte tiene sus particularidades con los medios de comunicación. Son vicios arrastrados que parecen pasar de generación en generación. En fútbol, por ejemplo, el jugador medio da alguna patada al diccionario. Además, se distingue por dejar en el campo lo que allí sucede (los códigos, ya saben) y sus declaraciones a la prensa resultan normalmente insustanciales. Pero eso cambia en cuanto ese mismo jugador se hace entrenador. Toda la anterior protección, desidia, abulia comunicativa con la prensa, se convierte en expresión verbal y gestual, en capacidad para atraer o repeler. La desidia se torna ironía, mordacidad. Las patadas bajan y suben las palabras. El jugador no quiere hablar, pero el entrenador necesita expresarse. La persona es la misma; la profesión no. El hábito hace el verbo, y lo acampa en ruedas de prensa, que en algunos casos resultan muy entretenidas, y lo resultarían mucho más si los genios del marketing no se inventaran un nuevo cacharrito (impacto, lo llaman) que colocar delante del locuaz 'míster', y que en muchos casos nos impide ver más allá de sus narices.
En baloncesto, la diferencia entre un jugador y un entrenador no es tanta, aunque se nota también. La genética del basket demandaba en sus inicios una cierta relación con el aula, con el libro, con el análisis. Algo ha perdido el profesional de todo aquello, pero no todo, y no todos. De cara al público se mantiene un cierto compromiso con la retórica, con la construcción del discurso, pero va a menos.
En otro nivel suelen estar el tenis y el golf, por ejemplo. Es muy característico de ambos deportes la expresión de los jugadores en público; la conexión con los fans tras cada torneo, la reflexión delante de un auditorio. Hay que hablar cuando se gana, pero también cuando se pierde; y en ambos casos normalmente en un idioma aprendido, no materno. Este compromiso con la comunicación hace que las entrevistas más jugosas, más auténticas y personales sucedan fuera de las páginas o de los minutos de radio de máxima audiencia. Todo el mundo está deseando abrir los deportes y encontrarse una exclusiva con Messi, por ejemplo, o con Casillas, o con Ricky Rubio. Pero es cada vez más frecuente que el periodista obtenga mucho más en un rato con Miguel Ángel Jiménez, o con David Ferrer, o con Carla Suárez. E incluso más cuando se llega hasta Tiger Woods, o hasta Rafa Nadal (cuando Rafa se permite ser Rafa, es decir, cuando algo le molesta).
Acaba de ocurrir en Madrid, al inicio del torneo de tenis. Le han preguntado a Nadal lo que opina del evento, y lo ha dicho. Con educación, pero sin excesivas medias tintas. Después se fueron a por Federer y también les ha salido una entrevista vigorosa. Lo que pasa es que Roger no puede decir todo lo que piensa. Se siente en la obligación de declarar que Nadal es batible en polvo de ladrillo...
La próxima vez que le pongan en ese compromiso, lo tiene fácil; que diga que los partidos duran 90 minutos, y que no hay enemigo pequeño, o grande, o yo qué sé. Que diga que el tenis es así... hasta la siguiente llantina.

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