EL PUBLICO Y SUS PITOS

Estábamos todos...y salto el Tío Toni; el que nunca hubiéramos esperado. Los silbidos y los aplausos del partido entre Rafa y Soderling salieron de la pista y lo impregnaron todo. El partido terminó el domingo, pero el ruido sigue molestando hoy martes. Toni Nadal, en frío, quiso aportar su visión y acabó subiendo la temperatura: "el público de París es bastante estúpido".
¿Qué público, Toni? ¿El público que va al torneo cada día? ¿El público de ese día concreto? ¿El público de los partidos de Nadal? ¿El público de la central, o de la Suzanne Lenglen?
El Público de París. Así, con mayúsculas. Y la cosa, que viene de lejos, y que se debería atajar de raíz … ¡y en Madrid, y en la Copa Davis de Buenos Aires, o de Rusia…! en todo el mundo tenístico salvo en la hierba inglesa, esa superficie pacífica ‘hors categorie’, se queda en una declaración de entrenador cabreado por una derrota (que no es el caso, seguro, porque Toni Nadal sabe que su sobrino puede perder, y va a perder; es deportista, y lo ha parido deportivamente), cuando la importancia de la declaración, que el titular ocultará para siempre, estaba dentro de la noticia.
"Basar la felicidad en la derrota de otro me parece una mala filosofía". Eso es lo que dijo también el tío Toni, pero ahí ya no pudimos llegar. Lo estúpido oculta lo filosófico.
Aquí, en estas cartas, estamos más por la filosofía. Filosofemos.

Basar la felicidad, Toni, en la derrota de tu sobrino, es lo más humano del mundo. Nadal es un deportista absolutamente odiable (lo correcto sería odioso, pero pido permiso, que para eso se inventaron los blogs…). Y es tan necesariamente odiable, digo, que sólo individuos (sí, individuos, por favor, ése, aquél, Jean Francois, o Mariano, ¡no EL PUBLICO, please, que perdemos el foco!) con nula capacidad de reflexión se atreverían a pitarlo. Pitar, faltar, insultar, es lanzar la pelota fuera de nuestro campo. Es eludir nuestra responsabilidad. Jean Francois, Guillaume, Nicolas, y todos los que lo hicieron el domingo, y seguro que habría entre ellos algún sueco, o muchos, algún chino… y yo qué sé, puede que hasta algún español… (¿El Público, querido Toni? ¿Qué es el público?) se estaban escaqueando. No solamente son unos maleducados, que de esos, como en el chiste, los hay a patadas, es que son unos escaqueados.
Lo jodido, lo realmente difícil, es odiar a Nadal en silencio, de la única manera posible. Reconociendo en ese odio toda la pequeñez de uno mismo y de sus circunstancias. Ahí os quiero ver, querido ¿público?
Aplaudir a Federer, o callar ante Federer, o admirar a Federer u odiar a Federer no tiene ningún mérito. No nos implica en absoluto. Federer es un tenista profesional, y como tal, es un ser lejano, indescifrable. Jamás podríamos jugar al tenis como él, porque eso no lo enseñan en ninguna escuela.
Rafa, el odioso Rafa, es un chico deportista que se ha dedicado al tenis. Sus golpes podrían ser los tuyos; su saque, el de cualquiera. Su volea, lo mismo. A Rafa le ganó Quino Muñoz un mes antes de que Rafa ganara a Roddick en la final de la Copa Davis en Sevilla, y Quino le ganó porque podía ganarle perfectamente, porque Quino jugaba al tenis como Rafa.

Odiarle, es necesario, es inevitable. Pitarle es eludir una responsabilidad, la de poder ser como él en cualquier cosa que hagamos. Si no se quiere hacer el esfuerzo (que es muy lógico, y muy humano… hasta muy francés, y muy español…), al menos suframos en silencio sus victorias y respetemos en silencio sus derrotas. Porque todas duelen. Porque en unas y en otras es un ejemplo. Y Jean Francois, y Guillaume, y Mariano, coño, seguramente no. Es así de simple… es así de complejo.

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