EL ARIETE

Si Cristiano Ronaldo jugara al baloncesto, sería un alero tirador. El típico jugador determinante al que no se lo podría pedir la mejor estadística en numerosos apartados. Tú, a lo tuyo, habría que decirle. Algo parecido le sucedería a Messi. Dámela aquí, exactamente aquí, con la fuerza y la dirección exactas que yo me encargo de lo demás.
Escuchábamos el sábado a Manel Comas un comentario que tal vez les pasó desapercibido. Si no entendí mal, Juan Carlos Navarro había anotado 37 triples seguidos en el calentamiento previo al partido contra Unicaja. Cuenten: 1,2,3… Al terminar el primer cuarto iba por los 11 puntos, y el equipo estaba enchufado a sus muñecas.
¿Quién no disfrutaría por jugar profesionalmente de forma parecida a Navarro, o a Bullock, o a este chocante Blake Ahearn que se ha sacado el Estudiantes de una manga como se sacan los pillos el mejor bocadillo de jamón posible ante la imposibilidad de entrar en la tienda de las delicatessen?
Cuando al equipo, del deporte que sea, llega uno de estos arietes, ya no queda más remedio que vivir y morir con ellos. Si eso se asume como la única realidad posible, es incluso divertido. Un jugador profesional -de cualquier profesión, insisto- acumula diferentes etapas previas. Algunos, tal vez empezaron como estos francotiradores, o jugadores verticales, o determinantes, o diferentes, o seres superiores, usen el adjetivo que prefieran. Pero la mayoría se fueron quedando por el camino o simplemente se reciclaron hacia otro tipo de departamentos donde podían seguir convenciendo a los jefes. Los lectores que ya seguían el baloncesto en los años 90 se acordarán de Ismael Santos. Aquel especialista defensivo, clave en los éxitos del Madrid de entonces, llegó adolescente desde Galicia para ser Navarro, o Cristiano, pero sólo pudo quedarse como el mejor jugador de equipo posible. Casi todos los niños sueñan con ser arietes en su deporte, pero 37 triples seguidos en un calentamiento sólo están al alcance de dos o tres elegidos.

DIARIO PUBLICO, 30 NOV 09

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