UN GRANITO DE ARENA


Me enviaron esta historia. Y como la Fiesta ha recibido un aviso en Cataluña...

Mayo es el mes de San Isidro Labrador, patrón de una ciudad cosmopolita a marchas forzadas, con todas las virtudes y defectos del término. El cielo de mayo en Madrid está lleno de sol y lluvia. Un sol que brilla hasta quemar por momentos, pero que de repente se esconde y deja paso a un ejército de nubes. Son tormentas con denominación de origen, aunque tal vez un punto molestas para el ambiente festivo de una ciudad que no quiere ser eclipsada por la tristeza de un cielo sin luz.

Pero, mayo en Madrid, es mucho más que su cielo. Es un mes de gente. De madrileños que van y vienen. De turistas que llegan... Y sobre todo, mayo en Madrid es una faena soñada por alguien. 30 días de vida o muerte, de Puerta Grande o enfermería.

Ella entró en la plaza de Las Ventas esa tarde con la mirada inquieta de una niña despierta. Callada, evitaba cualquier distracción que pudiera lamentar después. Llevaba dos días tan sólo en Madrid. Al principio, no tenía muy claro el asunto de seguir a su novio hasta Madrid. El año resultó todo un éxito en lo laboral, pero no tanto en lo personal. Y allí estaba, sentada en una barrera de la plaza acompañada por su amiga.

El toro primero de la corrida, salió por la puerta de los chiqueros con ganas de comerse la arena de la plaza. Un murmullo sordo se levantó en los tendidos. El bicho tenía una presencia irreprochable. Una lámina con la que sueñan todos los criadores de reses bravas. Era un toro, toro, expresión muy taurina que resume las virtudes de la perfecta planta del animal. Su matador, un torero gitano que tomaba la alternativa esa misma tarde, era un chico de Cádiz de 28 años que bien hubiera querido ese momento unos años atrás, cuando era un adolescente con ganas de ponerse el mundo por montera. Pero una inoportuna cogida en la plaza francesa de Nimes, le tuvo al borde de la muerte y le cortó de raíz su proyección como figura del toreo, y casi hasta su afición por torear. Tras el percance, se borró por unos años del mundo taurino tratando de alejar los fantasmas de su pasado. Pero descubrió que la única manera de enterrar para siempre su miedo, era volviendo a una plaza de toros a triunfar. Y qué mejor lugar que la mejor plaza del mundo. Y qué mejor tarde que esa. Una tarde en la que estaba convencido de que le iba a cambiar la suerte, de que algo grande le iba a suceder….


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