EL JUEZ ÁRBITRO




-¿El juez árbitro, por favor?
- Es aquella carpa del fondo.
En Soto del Real, se disputa el torneo Open, categoría nacional. Uno de los jugadores sin ranking, pero que viene de jugar diferentes torneos por la zona, está tratando de encontrar al juez para pagar la inscripción antes del partido.
La carpa no es una metáfora de nada. Es una carpa de verdad. En este tipo de torneos no hay carpas, piensa el jugador. Qué curioso. Antes de llegar, además, se le vienen encima las siguientes sorpresas. En las pistas hay publicidad de los patrocinadores, muy bien puesta, y en las sillas de los árbitros hay árbitros de verdad. Qué curioso, en estos torneos no suele haber ni publicidad ni árbitros, piensa el jugador, cada vez más extrañado.
Finalmente, entre pensamientos, llega a la carpa en la cual no hay está solamente el juez árbitro, sino también un señor muy serio encordando raquetas; la carpa, por tanto, es una carpa-tienda, en la que los jugadores pueden inscribirse y la gente que pasa, que la hay, se para a ver las raquetas, y en las que el señor serio, muy concentrado, arregla raquetas. Qué raro todo.
-Hola, soy Pablo, ¿puedo hablar con el juez árbitro, por favor?
- Soy yo, buenas tardes, ¿tu apellido, por favor?
-Martínez. Pablo Martínez. Toma la licencia.
- No me hace falta, gracias. Entras en pista enseguida. Aquí tienes algunos regalos de los patrocinadores, y en esas neveras tienes bebida. Aunque en las pistas hay neveras y te podemos dar barritas.
Neveras en las pistas. Barritas. El jugador asume que todo va a ser así en ese torneo. Parece un Wimbledon en pequeñito, con todos los detalles muy bien cuidados, con una diferenciación respecto a ese tipo de torneos, digna de extrañeza, y de admiración.

A finales de agosto se cumplirán 10 años de aquella breve historia previa al partido (en el cual el extrañado jugador fue derrotado en dos apretados sets) del torneo nacional de tenis Open de Soto del Real. El torneo, por supuesto sigue en marcha, con sus patrocinadores, su carpa al fondo para que los jugadores se inscriban, con el señor serio arreglando raquetas, con las sillas de los árbitros llenas de árbitros, y con el mismo aspecto general de un pequeño escenario como los grandes, para que los tenistas, sea cual sea su procedencia y sus objetivos, sientan que al organizador le importan.

Y aquel juez árbitro, 10 años más viejo, ha iniciado con el mismo entusiasmo un torneo de veteranos. Todavía sin carpa, pero todo se andará. Y cuando no organiza torneos de tenis, su deporte de infancia, se dedica a proyectar su necesidad de que las cosas funcionen y luzcan sobre el mundo del Baloncesto Colegial.

El tipo se llama Pablo Carabias. Se le está poniendo el pelo muy blanco, y está cogiendo peso. Pero sigue queriendo que la gente disfrute y perciba la importancia que debe darse a los eventos locales, pilares de todo lo demás. Algún día deberían conocerlo en Wimbledon, o en el March Madness colegial de la NCAA.




(Nota; en la imagen, Pablo Carabias, con gorra, entregando el trofeo de campeón del I torneo veteranos Soto del Real a Alfredo Fernández, cuyo mejor ranking fue 200 Atp y 19 de España a finales de los 90).


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